El 21 de enero de 1856 no es una fecha cualquiera. Ese día siempre estará presente en la historia de los velluters y del Colegio del Arte Mayor de la Seda. Se cumplen 162 años de una jornada histórica, del Motín de Velluters, la primera gran manifestación de la lucha de clases de la ciudad. El popular Motín de Velluters siempre quedará grabado en la retina de los terciopeleros, de sus familiares y de una ciudad que tiempo atrás había presumido de un potencial económico sin precedentes.
¿Por qué se produjo el Motín de Velluters?. Desde principios del siglo XIX la industria sedera entró en crisis. Las máquinas se “comían” la actividad artesanal y la sedería valenciana perdía competitividad a pasos agigantados. La estocada final llegó con la epidemia de la pebrina en 1854 que afectó de lleno a la crianza del gusano de seda. La producción cayó en picado y la seda que llegaba a los telares era de calidad ínfima. La crisis provocó malas condiciones laborales, paro, pérdidas económicas, una ruina para el sector.
Ante tal desespero los velluters dijeron basta. Ese 21 de enero de 1856 los trabajadores de la seda salieron a la calle, se amotinaron enfrente del Colegio, hoy convertido en el Museo de la Seda, reivindicando una solución laboral y sueldos dignos. La protesta acabó tomando un caliz político. Sólo se pudieron contener los disturbios ante la amenaza de una intervención militar.
Tal y como reconoce Germán Navarro, Catedrático de Historia Medieval y miembro del Comité Científico del Museo de la Seda de Valencia, “tal fue el impacto de la crisis padecida por los velluters en la mentalidad de los valencianos que el gran escritor Vicente Blasco Ibáñez, de cuya muerte, por cierto, pronto se cumplirán noventa años (28 de enero de 1928), rememoraba en la voz de uno de sus personajes de la conocida novela «Arroz y Tartana» publicada en 1894, lo siguiente con profunda melancolía:
«los recuerdos gloriosos del arte de la seda, los brillantes trabajos de los velluters que cincuenta años antes hacían danzar las lanzaderas allí mismo, del amanecer hasta la noche; y sentía cierta pena, un malestar extraño, como si se encontrara ante las ruinas de una ciudad muerta y todavía vibrasen en el espacio los últimos estallidos de la catástrofe. Aquello era un panteón al que no se había quitado el andamiaje; la ruina y el silencio habían pasado por allí, petrificando el taller, antes ruidoso y ensordecedor«. «Aquí, en estos talleres, estaban la riqueza y la honra de Valencia; aquí trabajaban los velluters…//… Ya no hay moreras en las huertas; en las barracas se ha perdido la memoria de las cosechas del capullo, y ha muerto una industria… industria no; un arte que nosotros, aunque cristianos viejos, heredamos directa y legítimamente de nuestros abuelos los moros… ¿Y en esto consiste el progreso?».
“Que sirvan las palabras de la novela de Blasco Ibáñez para recordar una revuelta que pocos años antes de que él las escribiera expresaba el malestar y las pésimas condiciones de vida de los trabajadores del sector ante una crisis imparable que acabó con la historia dorada de la sedería valenciana”, concluye Germán Navarro.